Evita en Europa, imagen fechada el 18 de julio de 1947. Son palabras del padre Hernán Benítez: Cuando Eva estuvo en Europa, visitando al Papa, S.S. Pío XII, el General de la Orden de los Franciscanos, el padre Fray Pacífico Perantoni, le dio el hábito, pasó a ser de la Tercera Orden de los Franciscanos. Eva murió franciscana. Los novelistas, con sus fábulas, dijeron que ella fue a discutir marquesados. Quisieron presentar como un fracaso la visita de Eva al Papa, que ella quería ser marquesa pontificia. Ese título lo tenían en Argentina solamente Adelia María Harilaos de Olmos y María Unzué de Alvear, pertenecientes a las familias más poderosas del país. Ella quería ser solamente Evita, bien lo dijo. Son paparruchadas de los novelistas. Lo mismo cuando hablan de la rosa de oro. La rosa de oro se le dio a Teresita de Lisieux y no se dio nunca más. El protocolo del Vaticano es muy estricto. Es muy estúpido decir todo eso.
Eva Perón fue recibida con honores de esposa de Jefe de Estado, a Perón le correspondió la Cruz Piana y a Evita, el rosario de oro. Eva le ganó a Dios el corazón, no tanto con edificar policlínicos monumentales, ni escuelas, ni hogares de tránsito, ni barrios obreros, cuanto con darle su corazón al pobre. Yo la ví derrochar amor a los necesitados. Ella no comprendía que pudiera apellidarse cristiana una civilización que cada año permite morir de hambre a millones de personas. Incomprensible estado de injusticia social luego de dos mil años de predicación del Evangelio. En Eva se daba la rabia por la justicia. Una implacable voluntad por desterrar las injusticias. Lo hacía a la criolla, y claro, cometía errores, pero es evidente que por sus aciertos que el pueblo la amó apasionadamente, y por sus aciertos fue criticada por los poderosos. Recuerdo que un obispo me dijo una vez: ¿ Cómo usted puede defender a una puta ? Perdí los estribos y le contesté: ¡ No diga barbaridades, yo sé de su castidad, lo sé en mi carácter de confesor, además ella no se preocupa de decir si usted es puto o no ! Ella se sentía representante de los que nunca se habían podido expresar, las mujeres, los enfermos, los desamparados.
En Eva había estallado esa pasión transpolítica, una especie de vuelo místico. Eva descubría el poder en su dimensión sublime: poder dar. Poder acompañar al que sufre, poder hacer el bien, como los santos medievales o la madre Teresa de Calcuta. No era una santa. No, no lo era. No renunció a las riquezas como los santos, pero renunció al orgullo frente al pobre que crea la riqueza. No renunció a los honores, pero tampoco los aprovechó para escapar a su clase social dejando a los sumergidos en el atolladero. Eva no poseía el orgullo de clase que deja al pobre en su pobreza para acentuar la superioridad del rico sobre el pobre. Todo su orgullo lo ponía en que el pobre cesara de ser pobre y de necesitar remedio a su pobreza. Repartió por millares viviendas confortables, aseguró el trabajo del obrero y lo defendió con avanzada legislación social. La oligarquía decía: Reparte lo que no es de ella, hace caridad con plata ajena. Efectivamente, pero con amor. Yo la ví besar al leproso, yo la ví distribuir amor, la ví abrazarse a harapientos, la ví sentirse hermana del pobre. La Fundación fue un instrumento de justicia social, de elevación del indigente a la categoría de persona humana. En la Fundación hicimos algunas presiones y algunas vengancitas, no eramos ángeles, ni mucho menos, es cierto. La pasión por la justicia hasta las cimas de la abnegación, a que ella las llevó, no pueden brotar ni de ambición, ni de oscuro resentimiento social. Sólo quien da la vida por sus hermanos, los desposeídos y los sacrificados, puede tener confianza de que ama a Dios de verdad.
Imagen y texto cortesía de mi amigo Carlos Vitola Palermo de Rosario, Santa Fe, República Argentina.