DOCUMENTOS SOBRE EVA DUARTE DE PERON 


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María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

EVITA

Juan XXIII y Eva Perón

El encuentro de Juan XXIII y Evita.

Por Roberto Bosca en revista Todo es Historia.

Mientras Angelo Giuseppe Roncalli, cumplía una difícil misión diplomática como nuncio papal en Francia, Eva Duarte de Perón visitó París en el curso de una gira oficial por varios países europeos. Se encontraron y aunque poco se sabe de lo conversado, es válido comparar las respectivas trayectorias y las posibles coincidencias entre quien más tarde fue reconocida como " la abanderada de los humildes ", y el " papa Bueno ", Juan XXIII, recientemente santificado por el papa Francisco.

En los últimos años se ha difundido, sobre todo con motivo de su reciente canonización, el talante sencillo, bienhumorado, dialoguista y renovador del papa Juan, el Bueno. En tal sentido, se ha puesto de relieve principalmente la genial intuición - que el mismo pontífice atribuía a una inspiración sobrenatural - de su opera magna: el Concilio Vaticano II.

No es para menos, ya que estamos ante un acontecimiento pastoral de primer orden que produjo un giro copernicano y cambió así la historia de la Iglesia. Entre tantas otras de sus cualidades, se ha mostrado también la labor protectora de los judíos por parte del papa Juan XXIII, cuando durante su estancia en Estambul, debido a su bienhechora actitud, salvó a miles de ellos de las garras de la atroz persecución del nacionalsocialismo.

De otra parte, casi todas las biografías de Eva Perón se han detenido con particular interés en la famosa entrevista que ella mantuvo en el Estado del Vaticano con el papa Pío XII, durante su exitosa gira europea del año 1947. La presunta frustración derivada de esa audiencia papal habría sido incluso matriz de acontecimientos ulteriores en las relaciones entre la Iglesia y el peronismo. Pero no es éste el punto que ahora interesa.

Sucede que en el mismo viaje, Evita también habría tenido un circunstancial encuentro ( que incluso podrían haber sido dos ) en la ciudad de París, precisamente con el futuro Juan XXIII, entonces nuncio y luego pontífice, relatándose algunos pormenores anecdóticos, sin que haya quedado fehacientemente comprobada su exactitud histórica ni el asunto haya sido tan estudiado como lo ha sido el encuentro de la primera dama con Pío XII.

Sin proponerme agregar nada nuevo, intentaré en cambio presentar ahora un panorama algo más completo de este segundo encuentro, hasta ahora sólo centrado en la figura de Evita a través de sus numerosas semblanzas biográficas. La visión aquí se amplía un poco y la atención va a estar puesta también en la otra parte, en Angelo Giuseppe Roncalli, luego devenido Juan XXIII, y en este tratamiento conjunto reside el sustento de un planteo como el que se pretende.

La pervivencia en el tiempo del mito de Evita, y la memoria del papa Roncalli, ahora reconocido oficialmente por la Iglesia Católica como un modelo de santidad para los fieles cristianos, se conjuntan entonces para acreditar también un recuerdo de esa presunta relación de ambos personajes hoy ya entronizados en los meandros de la historia. La ocasión invita por último a separar algún trigo de alguna paja que en este encuentro ha suscitado un entrevero, para poder leer mejor la realidad.

Ciertos episodios de la vida del nuevo santo que no fueron menos significativos que su preocupación por salvar a las víctimas del odio racial, en cambio, han sido apenas mencionados, ni son tan conocidos, aunque proporcionan también ellos reflejos de esa misma santidad. Cuando Angelo Roncalli fue destinado como nuncio en París, tuvo que ocuparse de un par de asuntos más complicados de lo que él mismo hubiera deseado. El nuevo representante del Papa pensaba que su papel en ese trance era ser como San José, porque " he de proteger los intereses de Nuestro Señor discretamente ". Uno de estos urticantes problemas fue el desmantelamiento de la Missión de France, la prelatura creada por los obispos franceses en plena guerra para desarrollar nuevas formas de apostolado en la experiencia de los prêtes ouvriers.

Este operativo ordenado por Pío XII y fielmente ejecutado por su nuncio, apuntaba a poner un freno a los curas obreros, que conjugaban el trabajo en las fábricas con el ministerio sacerdotal, y que habrían sufrido un sensible enfriamiento de su propia fe religiosa. Pío XII no se andaba con chiquitas: tres años más tarde condenó a la Nouvelle Théologie, de donde salieron - en una explicable paradoja - los constructores del futuro Concilio Vaticano II, entre ellos Marie-Dominique Chenu e Yves Congar, e incluso jesuitas como Henri de Lubac, tres de los más grandes teólogos del siglo.

El problema no consistía ahora solamente en una secularización inevitable de su peculiar labor apostólica, sino en un activismo social que comportaba una verdadera inversión en la propia naturaleza de su misión. De esta suerte, sus funciones propiamente religiosas se vieron mediatizadas no sólo por sus labores profesionales sino también por una militancia política y sindical.

Se comprende entonces que el mismo ministerio espiritual del clero quedara desplazado por ella, comprometiendo su propia identidad. Más aún, algunos de estos clérigos-trabajadores sufrieron una conversión inversa, al incorporar formas y contenidos políticos de signo marxista a su praxis pastoral.

Había que sacar las castañas del fuego y el Papa pensó que se necesitaba un hombre como Roncalli. Es que el experimento estaba saliendo al revés y era urgente poner remedio a este contrasentido, y ésa fue precisamente la delicada tarea encomendada al nuevo nuncio.

El segundo episodio que hubo de atender el enviado del Vaticano, muestra también una preocupación por la suerte de las víctimas, no ya los heridos y desplazados en el teatro bélico, sino las de la persecución promovida por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. La protección de los débiles, independientemente de su condición política o social, siempre ha sido una constante de la vida cristiana de todos los tiempos. Esa actitud ha sido a menudo confundida por una connivencia ideológica o un pacto con el mal, sin advertir la diferencia entre el pecado y la persona del pecador.

Este fue el caso que se suscitó a partir de la espinosa situación de una gran parte del episcopado francés, en ese entonces cuestionado por el gobierno del general Charles De Gaulle, al que se acusaba de haber mantenido una actitud complaciente hacia el régimen colaboracionista de Vichy durante la sufrida ocupación nazi. Es sabido que, cuando cae un gobierno o un sistema, los vencedores suelen satanizar a los vencidos sin matices ni distinciones, con las consiguientes injusticias. Cualquier vínculo con el malo de la película, sin mayores miramientos, es objeto de un anatema social.

La figura emblemática del colaboracionismo es el mariscal Philippe Pétain. Este veterano soldado era un representante de la casta militar de la vieja guardia que encarnaba una figura patriarcal del nacionalismo galo, a quien podría caracterizarse como un hombre conservador de ideas autoritarias y corporativistas, incluido un áspero antisemitismo.

Esta ideología de cuño maurrasiano atraía a muchos católicos, al punto de constituir una moneda corriente en los años treinta y cuarenta, incluso en el escenario local, donde inspiró la revolución nacionalista del 4 de junio de 1943 que catapultó al entonces coronel Perón a un primer lugar de la vida política argentina. Otro golpe de Estado con nombre de revolución y tufillo nazi, aunque en su seno se prohijaron diversas sensibilidades políticas.

Es menos conocido que en nuestro país también floreció un partido nazi cuyos miembros, que sumaban el nada despreciable número de 15.000 simpatizantes, colmaron el Luna Park ( aunque su capacidad actual es menor, se admite que en ese momento el estadio pudo haber albergado esa cantidad ), en uno de los actos públicos más demostrativos de su arrogancia ideológica. Es evidente que entre los presentes hubo quizás una mayoría o al menos una gran parte de ellos que profesaban la fe cristiana. ¿ Cómo se explica eso ?

En Francia, una porción apreciable de los mismos católicos habían sido igualmente seducidos por estas ideas que parecían pretender superar las notorias imperfecciones de un régimen democrático que para ellos era hijo de un liberalismo agnóstico y racionalista, y que con su puño de hierro prometía garantizar un reaseguro contra el fantasma del comunismo, a quien se veía en imparable avance sobre las naciones del entonces llamado " mundo libre ".

Hay que tener en cuenta que durante los años treinta, era frecuente encontrar en muchos ambientes, sobre todo entre los conservadores, incluyendo el propio Winston Churchill, esa visión acerca de los nacionalismos autoritarios como una barrera contra una temible ideología considerada contraria a ciertos valores tradicionales de los países " occidentales y cristianos " como la patria, la familia y la propiedad. El gobierno de Pétain que perseguía a judíos, comunistas y masones ( la clásica trilogía identificada por el integrismo católico con el anticristo ), alentó por lo mismo ciertos fervores incluso eclesiásticos. Ellos terminaron por suscitar alguna simpatía más o menos entusiasta en bastantes obispos, seguramente ganados por el sesgo ciertamente clerical que en sentido estricto representaban las invocaciones morales y religiosas en boca del régimen, más que una inspiración auténticamente evangélica.

Debe advertirse que la Iglesia católica en esos años privilegiaba la confesionalidad del Estado como un signo de identidad cristiana, sin advertir que tras esa fachada muchas veces más formal que real se ocultaba una verdadera ideología de la fe. Era el abrazo del oso: un supuesto cariño que mata por asfixia.

El viejo mariscal utilizaba un lenguaje de cuño religioso que parecía sincero y en sus comienzos fue apoyado por una gran parte de la sociedad francesa, incluidos muchos católicos convencidos, pero merece también recordarse que otros católicos no menos auténticos aunque de perfil democrático formaron filas como partisanos o maquis en la mítica resistencia del general Charles De Gaulle, acérrima adversaria del Eje.

Muchos obispos apoyaron entonces con benevolencia al régimen colaboracionista, viendo en él una garantía de orden en un momento de gran tribulación para el país, y por esa razón, luego del triunfo aliado, el nuevo gobierno del general De Gaulle exigió a Pío XII una verdadera depuración del clero. En el listado se hallaba el propio cardenal Emmanuel Suhard, arzobispo de París, quien había sido perseguido por los nazis y hasta llegó a estar detenido en su residencia oficial. Suhard era un hombre de la misma sensibilidad social que Evita, al punto de haber sido fundador nada menos que de los curas obreros y murió un par de años después de su visita. Cuando Roncalli se hizo cargo de la Nunciatura, el asunto era una papa caliente. Pero Pío XII había elegido bien: " Quédese para los demás el acopio de astucia y de la llamada destreza diplomática: yo sigo contentándome con mi bondad y sencillez de sentimiento, de palabra, de trato " escribió el nuncio en un retiro espiritual al que asistió hacia el fin del año 1947.

Azuzado por el partido comunista, la cuestión planteada por el gobierno era tan delicada que por razón de oficio incluso debió intervenir el filósofo neotomista Jacques Maritain, quien había sido nombrado al final de la guerra embajador de Francia ante el Vaticano. Maritain informó a su gobierno que Pío XII deseaba nombrar " buenos y santos obispos dedicados únicamente a la salvación de las almas, al margen de cualquier preocupación política ".

Finalmente, Roncalli supo - con su reconocida habilidad para resolver problemas complicados apelando a métodos sencillos - demostrar la inconsistencia de las acusaciones, y gracias a su brillante pero discreta gestión, casi todos los obispos cuestionados ( según distintos autores, el número de ellos oscilaba entre 25 y 33 ) pudieron continuar ejerciendo pacíficamente su ministerio.

Siendo nuncio en París, el futuro Juan XXIII, fue visitado por Evita al culminar su gira europea. La referencia al arco iris se ha atribuido a la propia Eva, quien había anunciado a su regreso: " No vine para formar un eje, sino sólo como un arco iris entre nuestros dos países ". Mentar al " eje ", un concepto entonces políticamente tan significativo, pudo haber tenido una connotación consciente o inconsciente de la esposa de Perón, pero no hace falta explicar que el gobierno francés, triunfante sobre el eje invasor fascista no era precisamente simpatizante del peronismo.

Ciertamente tampoco lo era el entonces embajador en Buenos Aires Wladimir D´Ormesson, quien antes lo había sido y después volviera a serlo en la Santa Sede, como antecesor y sucesor de Maritain -, y quien era - igual que su paisano y colega -, un católico de ideas liberales, que como tal participaba de sus mismas sensibilidades y actitudes.

D´Ormesson, en efecto no tenía ninguna empatía ni con el peronismo - a quien consideraba un subproducto tardío en el orden local del autoritarismo fascistizante -, ni con los modos intemperantes y autoritarios de Evita, ni tampoco siquiera con el propio cardenal Santiago Copello, entonces jefe de la Iglesia católica en la Argentina, a quien describe impiadosamente en uno de sus informes como un personaje frío, hermético, avaro y ventajero, además de franquista ( lo cual constituía una mácula en los ambientes liberales ) y finalmente hasta sospechado de nazi.

Muchas acusaciones que se formulan en la vida pública suelen tener un fundamento débil, algunas veces motivadas por ignorancias o desconocimiento, o bien por animadversiones e intemperancias casi siempre ancladas en prejuicios ideológicos. Es el caso de las que apuntan a descalificar al otro adjudicándole una condición considerada negativa por el conjunto social, como por ejemplo lo era hasta los años setenta, la de comunista y hoy es la de nazi o la de fascista.

El macartismo ha tenido su correlato en su extremo opuesto. Un ejemplo actual es la identificación que suelen hacerse de las derechas - sobre todo si ellas apuntan a fortalecer la autoridad y el orden y además profesan un estricto anticomunismo -, con el fascismo o el nazismo, asimilándolas livianamente de esta forma al totalitarismo o al menos al autoritarismo. De este modo, en más de una ocasión, la propia Eva Perón fue mal pintada como nazi, cuando en realidad ni siquiera era simpatizante del franquismo. Así, no han faltado versiones, cuya matriz fue un endeble informe del diputado Silvano Santander de los tempranos años cincuenta, en el sentido de sindicar a Perón y a su segunda esposa como agentes del nazismo en la Argentina.

Lo cierto es que antes de partir, Evita visitó el comité de obras sociales de la resistencia contra los nazis, donde la recibió la hermana del ministro Bidault y donó una importante suma de dinero a asociaciones de sobrevivientes de campos de concentración durante su estancia francesa.

En una secuela de esta visión, no faltó el rumor que aún muchos sostienen, de que Eva Perón había depositado en cuentas bancarias suizas, un invento liviano e inconsistente pero que como toda leyenda ha perdurado en el tiempo sin haber sido nunca probado, aunque acompañantes de Evita de impecable honestidad como Lilian Lagomarsino de Guardo o, el propio embajador argentino en dicho país Benito Llambí, se encargaran de desbaratar oportunamente la especie en sus respectivas memorias.

El 21 de julio de 1947, Evita, que ya había paseado su frágil pero también grácil figura por España, Italia y Portugal ( sólo le faltaba en su gira Suiza, y por último Inglaterra, una posibilidad frustrada, además de la Santa Sede ) llegó al aeropuerto de Orly donde la esperaba el primer ministro Georges Bidault, quien al verla no pudo reprimir una expresión que denunciaba su virtual deslumbramiento: ¡ Dieu, qu´elle est jeune et jolie ! fue su sorpresiva exclamación. No era para menos; una Evita sonriente lucía deslumbrante y blanca como una novia.

La ilustre visitante llegaba a la ciudad luz, en efecto, vestida con sus mejores galas, y dispuesta a rivalizar en elegancia en la propia capital de la moda mundial. Ella mostró que una humilde mujer de pueblo podía tener savoir faire. Es que esta humilde muchacha casi iletrada estaba dotada de una serena belleza natural y sacaba partido de ella en cuanta ocasión se le presentara, desde recepciones en ambientes de significación social como la Maison d´Amerique Latine hasta una piadosa visita a la misma basílica de Nôtre Dame. Trajes de lamé dorado, vestidos escotados, pendientes y collares de piedras preciosas y toda la parafernalia a la que una mujer suele recurrir en tales circunstancias, eran el marco que condecoraba su atrayente estampa juvenil.

La actitud de Bidault no fue la única. Una de las anécdotas que la tradición adjudica al propio Roncalli registra una expresión igualmente admirativa de su parte: ¡ E tornata l´imperatrice Eugenia di Montijo ! habría exclamado el propio nuncio, impresionado ante el porte devoto pero de gran señora ( ¡ quién lo hubiera dicho ! ) con que Evita se presentó al visitar la bellísima catedral gótica vestida de punta en blanco o con el que del mismo modo repartía sonrisas al cuerpo diplomático acreditado en el Quai d´Orsay. La expresión recuerda otra similar pronunciada por el cardenal Loris Capovilla, quien fuera secretario de Juan XXIII, referida precisamente al mismo pontífice, que cuando fue elegido papa Jorge Mario Bergoglio exclamó: ¡ E tornato il papa Giovanni ! Pero la comparación del nuncio con una emperatriz no fue también exclusiva del prelado: " La única reina que vestí fue Eva Perón ", afirmó Christian Dior años después. Evita no era solamente una buena figura agradable para mirar. Aunque esto no era algo que careciera de importancia, si uno advierte el valor que ella otorgaba a los vestidos costosos. Pero en ese momento, el sueño se volvía realidad. Como actriz, Evita había representado en sucesivos programas radiales a diversas heroínas como Catalina La Grande, Isadora Duncan y también a Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, quien fue una magnífica emperatriz de los franceses.

En su momento también fue parte de este nutrido anecdotario del régimen peronista, el comentario de todo Buenos Aires ante la escena de una Evita a la que se podía contemplar con cierto desenfado en una recepción oficial, sentada justo al lado de un incómodo cardenal Copello, en tren de lucir un escotado vestido que dejaba ostensiblemente a la vista su hombro descubierto. En los cánones propios de la moral social de mediados del siglo pasado, una actitud así era considerada una irreverencia. Por eso cuando la " Negra " Bozán, una celebrada estrella del burlesque porteño ( el género de la revista fue durante años un rasgo muy propio de la vida nocturna en la ciudad ), apareció en el teatro exhibiendo un pajarillo de la especie cardenal en el mismo lugar de su desnuda anatomía, las chanzas sobre el cardenal y la dama arreciaron por todas partes. Como resultado, la vedette desapareció del elenco.

Este episodio, aunque de tono menor, no sólo fue presentado ante el escándalo de las altivas señoras de la buena sociedad, como una muestra de inmodestia y de incumplimiento de unas normas de urbanidad entonces severamente respetadas, sino también del estilo desafiante y transgresor que era característico de quien no se conformaba con ser solamente una decorativa Primera Dama, para usar una terminología de época.

En un sentido similar, se cuenta ( y en estos estrictos términos debe consignarse el episodio ) que con motivo de encontrarse en un cóctel al que habría asistido el nuncio Roncalli durante aquellos años de su misión en París y, ante un espectáculo de ese mismo tenor, el futuro pontífice y no sin un toque de elegante e ingenua finesse, consiguió que le alcanzaran una manzana y se la ofreció gentilmente a una cierta dama ostentosamente descubierta, diciéndole: " No es nada, mademoiselle. Sólo que cuando Eva comió la manzana se percató de su desnudez ".

¿ Podría haber sido esta mujer Eva Perón y como tal la interlocutora del juego de palabras del nuncio ? El diario de Roncalli no es explícito respecto de una entrevista personal con Eva Perón, salvo un encuentro social, pero sin mencionar ninguna conversación. Solamente apunta una recepción diplomática realizada el 22 de julio en la embajada argentina, sin mayores comentarios, salvo una referencia ... a la desnudez de las damas.

Sin embargo, no es posible saber si el nuncio remite a la mentada anécdota de la manzana, sugestivamente apuntada a una Eva. A su participación en la recepción Roncalli la calificó como un encuentro mundano, sin especificar comentarios personales, y aunque Fermín Chavez asienta que el nuncio había acompañado a Evita a la catedral, lo cierto es que no menciona en sus papeles la visita a Nôtre Dame. De todos modos, el mismo Roncalli se ha reído de esta mentalidad a nuestros ojos un tanto pacata y formal y desde luego muy epocal, cuando traza una socarrona observación sobre el nuncio y los escotes, en relación al estrépito público que provocaban estas situaciones: " En el curso de las comidas oficiales a las que asisto, he observado a menudo que cuando aparece una señora vistiendo un traje osadamente escotado, la gente se siente más propensa a mirar al Nuncio que a contemplar admirativamente a la señora ". Ese era Roncalli, cuyo gracejo y no solamente su sensibilidad social reviven hoy en Bergoglio.

Esa misma piel fina para detectar las injusticias tan propia de Evita había trascendido las fronteras argentinas y era conocida también en Europa. Según una de las versiones circulantes de la breve entrevista, el futuro Papa habría alentado en esa conversación personal a la señora a proseguir su benemérita labor social, rematando proféticamente: " pero no se olvide que esa lucha, cuando se emprende de veras, termina en la cruz ".

No hay referencias de que Evita haya tenido un particular recuerdo de ese encuentro ni que hubiera producido un especial impacto en su personalidad, pero de haber sido real no puede desconocerse que eran las palabras de un santo. Unos pocos meses después de que Evita hubiera abandonado la ciudad luz, Juan el Bueno escribió en su diario, durante los Ejercicios Espirituales predicados por un docto jesuita, Alfredo de Soras: " Estoy terminando el tercer año de mi nunciatura en Francia. El sentimiento de mi pequeñez no deja de prestarme buena compañía: me hace habitual la confianza en Dios, y dado que vivo en constante ejercicio de obediencia, ésta me da aliento y disipa todo temor ".

Cuando todavía Evita estaba en Francia, se realizó en París una edición de las semanas sociales, entonces en pleno desarrollo. Las semanas sociales eran unas jornadas de reflexión que se organizaban en los países europeos de tradición cristiana sobre problemas - como su propio nombre lo indica - sociales, a la luz de la doctrina social de la Iglesia. Eran reuniones multitudinarias donde los católicos procuraban promover una mayor atención de la sociedad sobre su propia organización. Como diría el propio Perón, quien frecuentemente confesaba su inspiración en las encíclicas sociales de los romanos pontífices, eran " la comunidad organizada ". En esa ocasión participaron unas seis mil personas entre las que se encontraba otro santo jesuita chileno de claro y profundo sentido social, el padre Alberto Hurtado. La opción preferencial por los pobres no es una novedad en la Iglesia católica, puesto que ha sido una constante a lo largo de toda su historia. Sin embargo, ella también ha conocido sus propios claroscuros. Evita tuvo dificultades en su propio modo de vivir la experiencia eclesial de la fe, debido a una actitud severamente crítica respecto de la estructura eclesiástica de su tiempo, a cuyos miembros reprochaba un estilo de expresar los valores evangélicos de un modo ajeno a su sentido más prístino. Como suele suceder, ahora se comprende mejor lo que en su momento provocó chispas y aún incendios.

El imaginario registra igualmente un interrogatorio sobre su religiosidad al que se habría visto sometida por los infaltables periodistas, también durante el interregno parisino, en el que Eva Perón se confesó católica, aunque en otro sentido se esforzó por separarse de ese catolicismo un tanto formal y aburguesado, por ella misma acremente denunciado.

Cuando le preguntaron si creía en la Iglesia, Evita respondió que veía a la Iglesia más católica que espiritual, más preocupada por su institucionalidad que por el mensaje evangélico. Aunque el reportaje publicado en la revista Time ha sido sospechado de apócrifo, no hace falta decir que a la luz del nuevo pontificado, tan crítico de la autoreferencialidad, estas expresiones adquieren en nuestros días una particular resonancia.

Cuando exactamente un lustro después Evita escribió su testamento, censuró con acritud la indiferencia de las " jerarquías clericales " respecto de la realidad sufriente de los pobres, reprochándoles que " alejan a los pueblos de la verdad, cerrándoles el camino de Dios ", y por lo tanto haber traicionado a Cristo " que tuvo misericordia de las turbas ". Cuando se examinan estos conceptos resulta inevitable relacionarlos con la espiritualidad sencilla y misericordiosa del papa Juan XXIII, pero sobre todo con las teologías de la liberación que recién veinte años después irrumpieron en el horizonte de la Iglesia, de las que puede decirse que ella fue una adelantada.

Pero el pensamiento vivo de Evita se conjuga en especial con la llamada Teología del Pueblo, una versión argentina de esas mismas corrientes liberacionistas que en nuestros días encuentra ecos universales en el propio magisterio pontificio. En sus palabras, en efecto, se reconoce también el mismo aliento que hoy el mundo entero escucha con una mezcla de gozo y esperanza en el mensaje liberador del papa Francisco.

Después de más de medio siglo, y ya acalladas las turbulencias desatadas por su impetuosa personalidad, quizás nos encontremos ahora en condiciones de poder rescatar en la figura de Evita, más allá de la crispación de su talante intemperante, sus tonos más genuinamente positivos: su sensibilidad por la justicia, su preocupación sin tasa por los humildes, y su afán de encontrar en la simiente evangélica las primicias de una sociedad más fraternal y humana.

Nota:

En la imagen, tapa del número 566 de la revista Todo es Historia, fundada por Félix Luna, setiembre de 2014, 82 páginas, numerosas ilustraciones, editora Felicitas Luna, directora María Sáenz Quesada, CABA, Buenos Aires, Argentina. Revista declarada de interés nacional por la Cámara de Diputados de la Nación en 1992, distinguida con el Premio Konex en 1997 y, premiada por su Trayectoria y Pluralismo por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Resolución Nº 153/2012.

Y para conocer más sobre la visita de Eva Perón al Vaticano, clickear, por favor, aquí

Cortesía de mi amigo Carlos Alberto Vitola Palermo de Rosario, Santa Fé, República Argentina.


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