DOCUMENTOS SOBRE EVA DUARTE DE PERON 


Eva Ibarguren EVA IBARGUREN EVA DUARTE EVA PERON EVA PERON EVA PERON EVA PERON

María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

Visión óptima con Internet Explorer

HISTORIAS, ANECDOTAS y TESTIMONIOS 

Evita en el Hogar de Tránsito Nº 2, hoy Museo Evita, Lafinur 2988, Buenos Aires

Del Dr. Domingo Alfredo " Tito " Mercante, abogado, hijo del más leal colaborador de Perón, el coronel Domingo Mercante, y autor del libro titulado " Mercante: el corazón de Perón ", de Ediciones de la Flor S.R.L., 236 páginas, ilustrado, año 1995:

En la avenida del Libertador, entre las calles Agüero y Austria, lucía el imponente Palacio Unzué, expropiado en 1937 por el gobierno nacional a la familia Unzué para ser utilizado como residencia presidencial.

El respetable monumento que se extendía hasta la avenida Las Heras, muestra de una época de oro de la República Argentina, fue demolido a pico y hacha por la Revolución Libertadora por el sólo hecho de haber sido habitado por el matrimonio Perón, revelando así el sentimiento de odio y destrucción de ese régimen.

Pocos meses después del 4 de junio de 1946, el palacio Unzué recibió al nuevo mandatario en su flamante uniforme de general de la Nación, que le correspondía por su reciente ascenso a ese grado, según decreto del 29 de marzo. Lo acompañaba su cónyuge, María Eva Duarte de Perón, nombre que pronto sería cambiado por el de " Señora " o " La Señora " al dirigirse a ella o nombrarla ante terceros. Para Perón era " Flaca " y en ocasiones " Negrita ".

Eva Perón era una mujer fuera de lo común. Alta, tez mate, ojos castaños y cabellos del mismo color que pronto cambió al rubio, bonita, elegante, muy conversadora y llena de humor. Había nacido con todas las condiciones del político, difícil actividad ejercida por muchos y reservada a tan pocos. Muy observadora, con gran sentido común, intuitiva, guardiana de sus espacios y defensora incorruptible de su líder.

Tenía una particularidad que desorientaba a los que llegaban a ella en busca de beneficios extraordinarios, dejándolos sin defensa. Clavaba su vista en los ojos de la " víctima " y permanecía callada e inconmovible a la espera de que ésta se expresara y diera razón de su llegada, agotando sus saludos y alabanzas. Pasados los minutos y manteniendo el silencio sin respuesta, el implorante quedaba sin armas y, desorientado, dócilmente sometido a su conducción. Era ella la protagonista, y quedaba en duda cualquier esperanza que su interlocutor hubiera abrigado previamente. Con un corto y firme: " Bueno, y qué querés ? ", el peticionante, con voz muy baja, murmuraba entrecortadamente sus deseos, que si tenían visos de prebenda o privilegio quedaban rápidamente desoídos.

Opuesta era su actitud cuando el que acudía a ella era humilde, pobre o claramente necesitado. Ella iniciaba y promovía el diálogo, indagándolo, extrayendo de sus palabras el alcance de la necesidad, y con envidiable paciencia agotaba las posibilidades de satisfacerlo.

Pronto se había acostumbrado a tutear a cuanta persona se le acercaba, sin diferencias de edad, actividad o profesión, trato que nunca hizo extensivo a los integrantes de las Fuerzas Armadas, quizás por respeto a Perón - al que siempre llamó " el General " al referirse a él ante terceros -, quizás por el que le inspiraban sus integrantes luego de la reciente revolución que había gobernado el país.

A poco de asumir mi padre la gobernación de Buenos Aires - fines de mayo de 1946 - acostumbraba a trasladarse por las mañanas muy temprano hasta la ciudad de La Plata, acompañada a veces por el empresario Rudy Freude en el coche particular de éste, otras por su secretaria privada, y en la residencia particular de la Casa de Gobierno ambos mantenían extensas conferencias de no menos de un par de horas, costumbre que mantuvieron por varios meses. Aquél acababa de dejar la Secretaría de Trabajo y Previsión, y ella recién comenzaba igual tarea. Deseaba conocer el funcionamiento del ámbito en el que se había desarrollado la base del poder, no le interesaba manejar la institución como tal, a cargo de José María Freire, ex obrero del Sindicato del Vidrio, sino comprender detalladamente quiénes acudían, qué pedían, cómo había que tratarlos, qué círculos integraban, cuál era la influencia de cada grupo frente a los restantes, mientras iba echando las bases de lo que sería su monumental accionar.

Ya poco antes del 4 de junio había tomado posesión del amplio despacho del subsecretario de Trabajo, relegándolo a un rincón del mismo, atendiendo a numerosas personas que concurrían buscando satisfacción a diversas necesidades. Como a poco de ello el número de postulantes aumentara notablemente, al acceder mi padre a la gobernación de Buenos Aires, se trasladó al despacho que éste había dejado vacante, con acceso casi directo desde el 450 de la calle Victoria ( hoy Hipólito Yrigoyen ) en el sector con frente a la misma extendiéndose hasta la de Perú. Ascendida la escalera que permitía el ingreso, apenas doblando a la derecha, se extendía el amplio espacio. Al enorme despacho lo sucedía un gran hall en el que se arremolinaban los concurrentes, y contiguo a éste, otro pequeño, otrora destinado a una secretaría privada, en el que se hizo construir presurosamente un juego de estanterías a lo largo de sus tres paredes, en las que se acumulaban no menos de doscientas mamaderas cargadas de leche y listas para ser usadas, con un servicio de calentamiento rápido que permitía su utilización inmediata, destinadas, obviamente, a alimentar a los bebés que acompañaban a las numerosas postulantes madres.

El despacho de la señora tenía poco de privado; nunca había allí menos de veinte personas que formaban la comparsa ávida de beneficios o simplemente quienes con ese acto de presencia querían asegurar a propios y extraños que " siempre estaban con ella "; los menos éramos la " barra de desocupados " - yo andaba por los diecinueve años - que lo hacíamos por costumbre pero no menos deseosos de poder serle útil en algo. El acceso a Perón era casi imposible, y estando con ella se hacía uso del sucedáneo más eficaz.

Pero todos pagábamos tributo a esa comparecencia; apenas ingresados y luego del saludo de rigor; exigía nuestras billeteras extrayendo cuanto peso había en ellas, lo repartía entre los concurrentes que aparecían más necesitados, quienes, ante nuestra desdicha, agradecían emocionados tratando de besar sus manos, lo que ella nunca permitía. La imposición, al principio dolorosa, se fue transformando poco a poco en un espectáculo divertido, pues ya expertos, antes de entrar no dejábamos en nuestras billeteras más que un par de pesos, dedicándonos a disfrutar de las caras que ponían los que recién se iniciaban en la práctica de las visitas, muchos de ellos empresarios o dedicados a otras actividades importantes, que venían a despojar las propias, mejor provistas que las nuestras, de cuanto dinero tenían, no dejándoles " ni para tomar un taxi ", como oíamos repetidamente.

Estaba informada de todo, sabía todo de todos y había llegado a formar un primitivo correo personal y de escuchas que le permitía conocer las actividades y preferencias de cuanta persona le interesaba, la rodeaba o merodeaba por el poder.

Conocidas fueron sus oposiciones a ciertos funcionarios cercanos al Presidente. En oportunidad de haber yo realizado un viaje a España, al abordar en el aeropuerto de Barajas, el lento cuatrimotor que después de 36 horas de vuelo me depositaría en el de Morón, acudió a despedirme el agregado obrero de la embajada argentina. Estos funcionarios eran designados por el ministro de Relaciones Exteriores, en ese entonces Atilio Bramuglia, para quien se suponía producían periódicos informes. Me entregó un sobre de gran tamaño, pidiéndome que a mi llegada a Buenos Aires se lo entregara al ministro; estaba prolijamente cerrado y lacrado y se aseguró de pedirme disculpas por ello, fundado en que se trataba de informes confidenciales propios de sus actividades en España. Accedí e inicié mi regreso con la importante correspondencia.

Llegado a destino me sorprendió que estuvieran esperándome el chofer y un empleado de la señora, a quien conocía como consecuencia de mis asiduas visitas a la residencia presidencial y a la Secretaría de Trabajo. Luego de los saludos de práctica, me hicieron saber que me conducirían a la Capital, pues ella deseaba verme, a lo que por supuesto no manifesté oposición alguna, sin ocultar mi inquietud por lo desusado del hecho.

Una vez en la residencia de la avenida del Libertador, me introduje en el gran hall de entrada, y avisada la señora de mi arribo comenzó a bajar la escalera que conducía al piso alto. A mitad del tramo me saludó cariñosamente con un: " ¿ Cómo te fue, pibe ? ", y de inmediato las palabras inesperadas: " Dame el sobre ". Asombrado, pues ya casi lo había olvidado después del largo viaje, atiné a preguntarle de qué se trataba. " El que traés para Bramuglia ", me contestó. Presuroso fui al automóvil en busca del sobre requerido y se lo entregué. Lo tomó en sus manos, rasgándolo despiadadamente, haciendo volar sus prolijos cierres y lacres, y extrayendo su contenido se puso a leerlo detenidamente. Ya informada, me devolvió el roto y destrozado envoltorio y la documentación que contenía diciéndome: " Bueno, tomá, lleváselo ". Perdí un par de horas en buscar un sobre parecido, un sello de lacre que resultara ilegible - de los que había entonces en cada librería - y haciendo la imitación más precisa de la letra que indicaba el destinatario, lo puse poco después en manos del ministro, temeroso de que fuera descubierta la maniobra.

La concurrencia al despacho de la señora se fue haciendo tan numerosa que exigía su atención desde aproximadamente las 14 horas - luego de un frugal almuerzo con el General, que quedaba haciendo su corta siesta - hasta la madrugada del día siguiente. Atendía las solicitudes más variadas y absurdas. Necesidades de dinero, vivienda, de salud las más, quejas por relaciones de vecindad, trabajo, las originadas por exceso de prole, por abandono marital; en fin, un inacabable peregrinar mostrando las fatalidades más increíbles y buscando en la señora su satisfacción. Escuchaba todas con infinita paciencia y atención, y las que se encontraban más al alcance de su mano eran resueltas rápida y expeditivamente.

Visitaba escuelas, establecimientos de educación infantil, barrios pobres, y de sus manos surgían generosamente muebles, artículos de uso doméstico, juguetes, y cuanto elemento se necesitaba en el lugar y fuera inalcanzable para sus habitantes. Importantes aportes del empresariado solventaban su accionar. Jamás usó dinero del erario público para hacerlo. Basta imaginar el monto de este tipo de contribuciones, que alcanzan para solventar una elección, para formarse una idea de tales sumas. Y no había a la vista elección alguna.

Su actividad se había extendido a todo el ámbito nacional y provincial. Conocía las características de cada gobernador, de los integrantes del Congreso Nacional y de cada legislatura provincial, del equipo ministerial, de los más importantes intendentes, dirigentes políticos y gremiales, y poco a poco se fue reconciliando con los integrantes de las Fuerzas Armadas, sobre todo los del Ejército, que antes la habían rechazado sin ningún disimulo. Se transformó finalmente en un elemento aglutinante de cuanta persona estaba relacionada con el poder.

Si bien su trabajo específico consistía en su ayuda de carácter social, se adivinaba claramente su influencia en importantes decisiones del gobierno, y para ello fue distinguiendo sus equipos preferidos a los que seleccionaba siempre en función de lo que ella llamaba " su lealtad a Perón ". Se era leal a Perón o no se era, y esa calificación, si resultaba negativa, podía llegar a originar la guerra más enconada; si positiva, la defensa más sincera. Sus sospechas de falta de lealtad a Perón desataban el vendaval que condenaba al así señalado a que su nombre y actividades ingresaran en el " buzón de la memoria " de George Orwell, y el inculpado quedaba confinado al silencio más eterno.

El poder de Evita se había extendido por todo el ámbito geográfico del país: la vivaban multitudes enteras. Sus primeros discursos leídos, pronto se transformaron en una oratoria inflamada, dramática y vibrante. Su vocabulario no era extenso, pero llegaba a sus seguidores de una manera que conmovía hasta sus fibras más íntimas. Siempre terminaba sus arengas alabando a Perón, exaltando su admiración por el Jefe. Nunca olvidaba tampoco al coronel Mercante, mi padre. El 17 de octubre de 1946, al cumplirse el primer aniversario de la asunción del mando presidencial, instauró el sistema de asignaciones de la " medalla de la lealtad ", entregando la primera de ellas a mi padre.

A mediados de 1946, el Estado nacional era poseedor de 1.600 millones de dólares en concepto de reservas de oro y divisas. Ello le permitía al gobierno desarrollar cómodamente su programa.

Ya antes de la asunción del mando, para evitar posibles demoras provocadas por el Congreso Nacional, se había nacionalizado el Banco Central para obtener el control de los procesos económicos y del otorgamiento de créditos, y se había creado el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio ( IAPI ), con el fin de controlar los procesos de importación y exportación del país.

En el discurso de apertura de las sesiones parlamentarias del 26 de junio, el Presidente anunció un importante plan de obras de gobierno que se vieron pormenorizadas con la publicación del Plan Quinquenal sometido al conocimiento público en octubre, y que incluía medidas sobre la reorganización administrativa, judicial, educacional, y tendientes a promover la industrialización del país. Se sostenía en el plan que esta industrialización significaría importantes beneficios económicos y sociales: incremento del ingreso nacional, de oportunidades de empleo, y los aumentos de salarios como consecuencia de aquélla. Se estimaba su costo a lo largo de cinco años de su vigencia en unos 1.270 millones de dólares.

Posteriormente se vería que no habían sido previstas gran cantidad de inversiones necesarias, como adquisición de equipos para fábricas militares, salud pública, construcción de viviendas y servicios en poder de empresas extranjeras, que formaban una de las más importantes motivaciones del Ejército, al que se le había prometido la independencia económica, lo que llevó a que en el año 1948, la tenencia de divisas se viera reducida a poco menos de 300 millones de dólares y a una gran elevación de la deuda externa.

A pesar de la existencia del Ministerio de Hacienda en manos del ministro más joven del gabinete, Ramón Cereijo - que a la sazón contaba 33 años de edad - la problemática económico - financiera del país se puso en manos de Miguel Miranda, presidente del Banco Central, a cuyo cargo se encontraba también el IAPI, quien, a pesar de haber renunciado en julio de 1947, siguió asesorando a Perón en esa materia hasta 1949.

En el ámbito militar, la política se había puesto en manos del general Humberto Sosa Molina, oficial superior con gran fama de amante de la disciplina y de rigurosas exigencias en cuanto a la dedicación de los integrantes del Ejército exclusivamente a sus actividades específicas.

El gobierno nacional marchaba normalmente, robustecido con los importantes beneficios logrados por sus acciones anteriores y que iba incrementando. Aumento de salarios reales, extensión del sistema jubilatorio que incluía nuevos grupos, beneficios adicionales tales como vacaciones pagas y asistencia médica; la lucha contra la escasez de vivienda mediante la construcción de unidades de bajo costo y el otorgamiento de préstamos hipotecarios a bajo interés, canalizados por bancos controlados por el Estado.

Durante los años 1947 y 1948 se otorgó el derecho a voto a los suboficiales de las Fuerzas Armadas y a la mujer. A raíz de las demoras producidas por la confección de los padrones, éste último sólo puedo ejercerse en 1951, pero en las elecciones para diputados del 7 de marzo de 1948, el peronismo obtuvo el 60 % de los votos, lo que significaba una mayoría de dos tercios en la respectiva Cámara.

La campaña de la oposición durante el primer período legislativo fue intensa; esto ocurrió en la Cámara de Diputados; pues en la de Senadores la única voz que se oía era la del peronismo. Se formó un bloque sumamente combativo, designado como " el bloque de los 44 ", formado por los mejores y más combatientes representantes del radicalismo, que se expresaban contra las actitudes oficiales que ya desde entonces comenzaban a adivinarse: la creación, por ejemplo, de la Secretaría de Prensa de la Presidencia de la Nación, que sin prisa pero sin pausa fue manejando las radios y la cuota de papel a la prensa, quedando en sus manos los destinos de las publicaciones.

En el ámbito del Ejército había tomado cuerpo el descontento producido por la creciente injerencia de Eva Perón en cuestiones del gobierno; había llegado prácticamente a conducir los destinos de la Confederación General del Trabajo con la designación de José Espejo como su secretario general, al igual que la Secretaría de Prensa al frente de la cual se encontraba Raúl Apold, logrando obediencia plena a sus instrucciones. Esta situación originó un serio planteamiento del general Sosa Molina al Presidente, solicitándole, en nombre del Ejército que comandaba, el cercenamiento de tales facultades e injerencias, lo que Perón hizo caso omiso.

En 1947 Evita realizó un viaje a Europa que comenzó como consecuencia de una invitación del gobierno de España, con el que la Argentina había mantenido relaciones diplomáticas a lo largo de la guerra mundial, además de satisfecho sus necesidades de productos agrícolas a pesar del bloqueo de las demás naciones. Franco envió una aeronave especial para llevar a Evita a destino, y la recibió acompañado de su mujer y de su hija, con los honores de jefe de Estado.

A su partida fue acompañada hasta el aeropuerto por mi madre, y antes de embarcarse le entregó una misiva para mi padre, apuradamente escrita en el mismo automóvil que la condujo; en ella le decía: " Mi buen amigo: Le escribo con Elena estas líneas porque hoy no me agradó la cara que tenía, tiene que cuidarse, se lo pide el General y yo, mire que lo necesitamos mucho. Quiero que esta recomendación la tenga en cuenta, pues sabe todo lo que lo queremos. Con un gran abrazo, hasta la vuelta. Evita ". Estuvo en España, Francia, Italia, Portugal y Suiza, y su presencia convocó multitudes. Su viaje resultó un acontecimiento de carácter internacional. Diarios y revistas de todas partes del mundo agotaban páginas enteras describiendo a esa hermosa mujer de 28 años que recorría los países de Europa investida con los atributos de una jefa de Estado dirigiéndose a multitudes que la recibían como a una moderna reina.

Ya en Buenos Aires, tuvo una recepción apoteótica por parte del pueblo. Había sido bien representado por esa deidad rubia y bella que atendía todas sus necesidades y curaba todos sus males.

Evita se transformó en una leyenda que hoy, muchos años después, es meta de todos los medios de difusión. Tanto amor distribuido entre los que más necesitaban seguirá haciendo perdurable su recuerdo.

Con la muerte de Evita, mal año resultó el de 1952 para la salud del Movimiento Peronista; en rigor de verdad fue el comienzo del fin del gobierno.

Ya en febrero se había descubierto un intento de asesinar al Presidente y a Evita por parte de grupos militares y civiles encabezados por el coronel José Francisco Suárez.

El descubrimiento del complot llevó a Perón a crear un nuevo organismo que se designó con el nombre de " Control de Estado ", con dependencia directa del Presidente de la Nación y a cuyo frente puso a un oficial arbitrario e intemperante, el teniente coronel Jorge Osinde, que años después, en 1972 y 1973 llegaría a ser la mano derecha de un hombre nefasto para el peronismo, José López Rega, funesto creador de la Triple A, autora de varios asesinatos de ideólogos progresistas.

Control de Estado se dedicaba a vigilar y señalar a quienes consideraba los más acérrimos opositores al gobierno, creando un temible clima de espionaje y persecución.

Ante las consecuencias de una cosecha de pésimo resultado, el estancamiento de la producción industrial y la tasa de inflación en aumento, el Presidente impuso un programa de austeridad económica pidiendo menor consumo y mayor productividad.

Pero el entorno del general Perón hacía caso omiso de estos hechos alarmantes. Estaba inmerso en lograr otros fines distintos a los perseguidos por el Presidente: desmantelar el cordón de seguridad armado por Evita y ocupar los lugares claves que pretendían desalojar. La lucha por los espacios de poder se había desatado.

En un principio, Perón pareció advertir esas intenciones, y comenzó por no permitir que ninguna de las mujeres seguidoras de Evita la reemplazara como Jefa del Partido Peronista Femenino, e igual decisión adoptó respecto de la Fundación de Ayuda Social, asumiendo la dirección de ambos en forma personal. Pero los pretendientes del poder utilizaron un camino más eficaz para escalarlo: investigar los casos de corrupción en los que fundaban esencialmente las dificultades económicas del gobierno.

De tal modo llegaron a los escalones más próximos al despacho presidencial, donde estaban puestas sus miras. Las acusaciones comenzaron señalando a Orlando Bertolini, cuñado de Evita, como autor de los actos de descomposición, y ello los llevaría hasta Juan Duarte, secretario privado del Presidente. Resulta difícil determinar de quiénes fueron las voces que indujeron al Presidente a ordenar una investigación, pero encargó de ello al general León Bengoa, bajo su directa dependencia. Luego de una forzada acción que impidió el acceso de Juan Duarte a su despacho, Bengoa entregó a Perón un informe que produjo el alejamiento de Bertolini y el suicidio del secretario privado.

La drástica resolución adoptada por Juan Duarte estuvo motivada por un discurso que Perón dirigió a la ciudadanía en el que anunció su fatiga producida por los hechos recientes y dejó entrever que estaba dispuesto a renunciar un año antes de que se viera envuelto en las mentiras que lo rodeaban. La CGT convocó a un paro general y a una concentración a realizarse en la Plaza de Mayo.

A poco de iniciado el discurso de Perón estallaron en la plaza dos bombas que según informes posteriores produjeron 6 muertos y 93 heridos. En la noche, bandas dispersas de jóvenes incendiaron la sede central del Partido Socialista y el edificio del Jockey Club, en la calle Florida.

Los esfuerzos del grupo de funcionarios tendientes a desalojar del poder a las personas más cercanas a Perón no cesaron, sino que con el correr del tiempo se verían incrementados.

El 17 de octubre, al celebrarse el Día de la Lealtad, voluntades misteriosas produjeron una silbatina en contra de José Espejo, secretario general de la CGT, provocando su renuncia y reemplazo por un dirigente de menor categoría, Eduardo Vuletich. Parecida suerte corrió el ministro de Trabajo al ser reemplazado por un político de la provincia de Santa Fe, Alejandro Giavarino.

A pesar de todos los acontecimientos que venían produciéndose, inesperadamente Perón se volcó hacia una política de pacificación. Se decretó la libertad de varios de los dirigentes políticos detenidos, hasta que el 11 de noviembre el Poder Ejecutivo remitió al Congreso una ley de amnistía política que excluía a los actos de terrorismo. Hacia la Navidad de 1953 la ley tuvo como resultado la liberación de cientos de detenidos políticos, y la derogación de órdenes de arresto en contra de exiliados o personas que habían estado actuando en clandestinidad.

Pero no fue más que la calma que anuncia la tempestad.

El 3 de abril de 1952, dos meses antes de asumir su nuevo mandato, el vicepresidente Quijano falleció. Durante dos años Perón mantuvo vacante el cargo, y en enero de 1954 se llamó a elecciones para cubrirlo, las que se celebrarían el 25 de abril de ese año.

El candidato del oficialismo fue el almirante Alberto Teisaire. Lo enfrentó por la oposición el radical Crisólogo Larralde. Triunfó el primero. Con Teisaire se incorporaba al elenco gubernativo un hombre que unió sus fuerzas a otro de los más funestos funcionarios, el ministro de Educación Armando Méndez San Martín. Juntos y sin perjuicio de otras colaboraciones no menores, llevaron al gobierno al trágico fin de 1955. La situación económica aparentaba estar en calma, sin embargo, los primeros meses de 1955 estaban destinados a provocar el deterioro completo de todos los esfuerzos y la caída del peronismo.

La población argentina, educada en su mayoría en las tradiciones impuestas por la colonización española, que no se había visto disminuida por la ola inmigratoria de fines de siglo pasado formada por nacionales de ese país, y de Italia, era católica en su mayoría. La Constitución de 1949 aseguraba que el gobierno federal sostenía el culto católico apostólico romano. Imponía, para ser elegido Presidente de la Nación, la condición de pertenecer a esa comunión, y también exigía que el juramento de ese funcionario lo fuera por Dios nuestro Señor y ante estos Santos Evangelios. No era más que interpretar fielmente el sentir nacional.

Las Fuerzas Armadas también se habían hecho intérpretes de ese sentimiento. La solicitud de ingreso al Colegio Militar de la Nación exigía la declaración de la religión profesada por padres y abuelos del aspirante, así como la de él mismo, y aunque suene discriminatoria la cuestión, no se conocía el caso de un ingresante que perteneciera a una religión distinta. Cada regimiento llevaba el nombre de un santo patrono bajo cuya advocación se reunía y trabajaba, y los capellanes católicos integraban el Ejército asimilándose al mismo con grados de oficiales. Esto indicaba la pertenencia de cada oficial a una familia de igual credo, por lo que padres, madres, hermanas, novias y esposas eran católicas.

Las relaciones entre el gobierno peronista y la Iglesia católica se habían desarrollado sin fricciones, en forma armónica. En 1947 el Congreso votó la continuidad de la vigencia de un decreto del anterior gobierno provisional que imponía la instrucción religiosa como asignatura obligatoria en los programas de enseñanza. A su vez la jerarquía católica se había abstenido de cuanto pudiera haberse considerado la más leve crítica al gobierno. Su primera disconformidad surgió cuando el ministro de Educación, Méndez San Martín, suprimió la dirección y la inspección de la educación religiosa que funcionaban en su propio ministerio; siguió denunciando públicamente a las escuelas católicas por mal uso de los subsidios públicos ordenando su suspensión, y terminó aboliendo por decreto - que el Congreso ratificó - la instrucción religiosa en las escuelas.

No quedó a la zaga de este hombre el vicepresidente Teisaire, miembro de la masonería anticlerical y autor intelectual de la posterior quema de iglesias.

Méndez San Martín prosiguió organizando en dos ramas a la Unión de Estudiantes Secundarios ( UES ), una masculina y otra femenina. Se habilitaron las instalaciones de la residencia presidencial de Olivos para que las adolescentes disfrutaran de ellas.

El clero católico comenzó a poner en duda la corrección del comportamiento del Presidente, y no fueron menores las protestas de organizaciones profesionales católicas.

Acosado Perón por estos pronunciamientos, en un discurso pronunciado por radio y televisión denunció a la Acción Católica como una organización internacional hostil al peronismo, lo que no hizo más que profundizar el abismo en el que se estaba sumergiendo. Le proporcionaba a la oposición el aliado más deseado que podía haber ambicionado.

Los comunistas y socialistas aparecieron profundamente consustanciados con la Iglesia, y las críticas y ofensas al clero católico las tomaron como propias.

El 8 de diciembre se celebró el día de la Inmaculada Concepción, y una inmensa multitud llenó todo el ámbito de la Plaza de Mayo. El Congreso promulgó la ley sancionando el divorcio, y Perón un decreto que autorizaba a los gobernadores territoriales y al intendente de la Ciudad de Buenos Aires a permitir el funcionamiento de prostíbulos.

Todos estos hechos aumentaron la sensibilidad de ambos sectores, adquiriendo los detractores del partido oficialista una fuerza que de ninguna manera habían calculado, y que debían exclusivamente a la acción de este último.

Al celebrarse el día de Corpus Christi, a pesar de la negativa del Ministerio de Interior a permitir la procesión, volvió a juntarse en la Plaza de Mayo una enorme multitud que se concentró frente a la Catedral Metropolitana.

Al dia siguiente los concurrentes fueron acusados por el gobierno de haber arrancado las placas que honraban la memoria de Eva Perón en el Congreso, haber izado la bandera del Vaticano y, lo más grave, de haber quemado una bandera argentina. Importantes grupos intentaron atacar la Catedral, pero fueron rechazados por la multitud formada al frente de la misma.

Perón se dirigió por radio a la Nación y durante una manifestación advirtió a la Iglesia que si continuaban con su accionar tomaría severas represalias. De inmediato el gobierno relevó de sus cargos a los obispos Manuel Tato y Ramón Novoa y ordenó su expulsión del país.

Fueron los últimos estertores de un gobierno debilitado y golpeado. Los gritos opositores, a partir de ese momento fueron reemplazados por la sangre.

Los acontecimientos de finales de 1954 y comienzos de 1955 debilitaron la lealtad de los oficiales del Ejército hacia Perón, y la Marina, siempre expectante para la rebelión, encontró su apoyo.

El contraalmirante Samuel Toranzo Calderón, integrante del Cuerpo de Infantería de Marina, hacía meses que conspiraba. La Armada había demostrado su oposición a Perón desde largo tiempo atrás, pero su falta de apoyo por parte del Ejército la había llevado a mantenerse alejada de organizar cualquier levantamiento en contra del gobierno. Este oficial buscó apoyo en el general Eduardo Lonardi, quien consideró prematura cualquier acción.

El plan de los revolucionarios preveía un ataque aéreo a la casa de Gobierno, mientras un batallón de la Infantería de Marina dirigiría un ataque por tierra contra el edificio con el apoyo de civiles armados que, a la vez quedaban encargados de tomar las radios.

El 16 de junio de 1955 se produjo el alzamiento. El estado del tiempo demoró el ataque aéreo previsto a la casa de Gobierno: en lugar de comenzar a la hora convenida se retrasó casi hasta el mediodía, lo que dispersó al grupo de civiles participantes y advirtió al gobierno de la existencia del movimiento, permitiendo a Perón cobijarse en el subsuelo del Ministerio de Guerra y dirigir, desde ahí, junto con el ministro de Guerra Franklin Lucero, la represión.

Fue éste uno de los episodios más cruentos de la historia argentina. En el ataque a la Plaza de Mayo, los aviones descargaron su metralla sin miramiento alguno, y cientos de civiles que a esa hora del mediodía se dirigían a sus trabajos o deambulaban por el lugar en cumplimiento de sus tareas, sucumbieron a su embate. Omnibus repletos de pasajeros quedaron incendiados con ellos en su interior y las esquirlas de las bombas hicieron el resto. Las víctimas, entre muertos y heridos, llegaron a cerca de mil en el espacio que se extiende desde la Casa de Gobierno hasta el Ministerio de Marina, ubicado casi enfrente. Las tropas de infantes de Marina, en su avance desde el Ministerio a la Casa de Gobierno con el uso indiscriminado de sus armas, hicieron el resto, y los civiles desprevenidos cayeron prácticamente fusilados por el ataque. Hasta el día de hoy luce el desastre producido por los proyectiles en los frentes del edificio del Ministerio de Hacienda.

La rápida movilización ordenada por Lucero desde el Ministerio del Ejército produjo la toma de todas las bases rebeldes incluyendo al Ministerio de Marina, y los aviones atacantes se dirigieron al Uruguay en busca de asilo.

Por la noche grupos de civiles quemaron varias iglesias céntricas y edificios históricos, Santo Domingo, San Francisco, San Ignacio, La Merced, San Juan, San Miguel, La Piedad, San Nicolás de Bari, Nuestra Señora de las Victorias y la Curia Metropolitana.

El odio y la ira habían hecho su trabajo. Todavía faltaban sus más eficaces tareas, las que se desarrollarían a los largo de los años siguientes y serían el comienzo de la época más trágica de la historia argentina del siglo XX.

El resultado del castigo a los rebeldes no fue más grave que el que se llevó a cabo contra los insurrectos de setiembre de 1951, rebelión armada encabezada por el general Benjamín Menéndez. En el Ministerio de Marina, el vicealmirante Benjamín Gargiulo se suicidó, y el ministro, contraalmirante Aníbal Olivieri, fue destituído y preso tras una corte marcial. La pena más severa fue la impuesta al almirante Toranzo Calderón, condenado a cadena perpetua. Los pilotos de la Marina y de la Fuerza Aérea que habían participado del bombardeo buscaron refugio en el Uruguay y sólo se los dió de baja por rebelión.

Las restantes medidas adoptadas contra la Marina, en lugar de desanimarla en su búsqueda del derrocamiento del gobierno, la incentivaron a ello.

Dentro del gobierno, sorprendido por su cruento ataque, se ordenó el establecimiento del estado de sitio y la detención de numerosos jefes de las tres armas y dirigentes políticos tendientes a promover una investigación del hecho, lo que no pasó a mayores. La medida que sorprendió a la población fue el cambio de gabinete en pleno decidida en reunión del día siguiente a instancias de Lucero, quien había podido mostrar un Ejército limpio de culpas y ajeno a la asonada. Se propuso además el aflojamiento de las tensiones políticas, permitiendo a la oposición el uso de los medios de comunicación con el fin de atenuar la tensión.

Se levantó el estado de sitio y se aceptaron las renuncias de Apold y de Vuletich al Secretariado General de la CGT. Perón se dirigió al país proponiendo una política de pacificación nacional. Sin embargo no pudo lograrla. La oposición exigía como principio esencial de esa pacificación la cesación del estado de guerra interna y el desmantelamiento de la estructura legal que le permitía al gobierno manejarse como en un Estado policial.

Los disturbios prosiguieron, y la difusión de volantes y la proliferación de atentados continuó llevando a Perón a dejar de lado la propuesta de pacificación.

El 31 de agosto la población de Buenos Aires despertó alarmada. Perón había dirigido una nota a las tres ramas del Partido Peronista explicando las razones que lo llevaban a abandonar su cargo, solicitando permiso para hacerlo. La reacción unánime fue de rechazar la propuesta y acompañar a la CGT en la declaración de un paro por tiempo indeterminado, reuniéndose en la Plaza de Mayo en la que permanecerían hasta que Perón desistiera de su intento. Evidentemente el accionar del Presidente no estaba dirigido a presentar su renuncia, pues lo órganos destinados a considerarla estaban en el Congreso de la Nación y no en el Partido Peronista. Pero la reacción se produjo y una multitud se reunió frente a la Casa de Gobierno hasta que en horas de la noche Perón se dirigió a ella.

Fue un discurso inesperado y sorpresivo. Anunció el retiro de su renuncia y denunció a la oposición como culpable de haber rechazado sus ofrecimientos de perdón y reconciliación. Pero en el ardor de sus palabras pronunció las que provocaron alarma y preocupación en toda la población sensibilizada aún por los acontecimientos del 16 de junio: " La consigna para todo peronista - dijo el Presidente - esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos ".

Esa actitud despertó los sentimientos revolucionarios momentáneamente adormecidos por el fracaso del movimiento de dos meses atrás, y esta vez el alzamiento se puso en manos nuevas, más hábiles y con mejor organización. El capitán de navío Arturo Rial, director de Institutos Navales, asumió el cargo de coordinador general, su igual Jorge Terrén de la estrategia, y el contraalmirante Isaac Rojas, director de la Escuela Naval de Río Santiago, el mando de la conspiración. A partir del 8 de setiembre estarían en Puerto Belgrano las naves listas para salir a aguas abiertas.

Los preocupaba la pasividad asumida por el Ejército durante el alzamiento del 16 de junio, considerando indispensable su colaboración. A pesar de que el general Pedro Eugenio Aramburu había rehuído sus responsabilidades en aquella fecha, recurrieron nuevamente a él, pero el desaliento que le había provocado el fracaso anterior hizo que rechazara la propuesta. Los conspiradores, en conocimiento de que en Córdoba la escuela de Artillería parecía estar de acuerdo con sus planes, acudieron al general Eduardo Lonardi, quien, al aceptar la propuesta, se convirtió en el oficial superior del Ejército tan buscado por los rebeldes.

Las hostilidades se desataron el 16 de setiembre. Luego de una dura lucha contra la Escuela de Infantería, las fuerzas del general Lonardi lograron someter a los efectivos del Ejército y de la Fuerza Aérea en la ciudad de Córdoba; en tanto, en Curuzú Cuatiá, donde había asumido el mando el general Aramburu, el estallido resultó un completo fracaso, pues fuerzas leales lo coparon por completo. Otro tanto ocurrió, en la base naval de Río Santiago, donde ante el triunfo de las fuerzas del gobierno, el personal finalizó evacuado en las naves que se internaron río adentro.

Al mismo tiempo, fuerzas leales convergían sobre las posiciones logradas por Lonardi en Córdoba, lo que alimentaba las esperanzas del gobierno para reducir el levantamiento.

Se presentaba sin embargo una situación que no hacía exitosa esta conclusión. La Armada estaba plegada en su totalidad a las acciones, y el Ejército, por el contrario, mostraba debilidad en sus convicciones para la defensa. Esto quedó demostrado con los nuevos ataques realizados contra la base de Puerto Belgrano, que llevó a la rendición de los generales Molinuevo y Boucherie y al consecuente dominio de la Marina en toda la zona.

En tanto, y luego de dos días de travesía, los barcos comandados por Rojas llegaron frente a la ciudad de La Plata, y amenzaron destruir las instalaciones de YPF en esa ciudad, como lo habían hecho a su paso por Mar del Plata, y bombardear la Capital. Inmediatamente el general Lucero, cumpliendo instrucciones de Perón, impresas en una carta de éste último a la que dio lectura, propuso un acuerdo entre ambas fuerzas, quedando al mando del Ejército su concreción.

En su carta, Perón expresó: " Yo, que amo profundamente al pueblo, sufro un profundo desgarramiento en mi alma por su lucha y su martirio. No quisiera morir sin hacer el último intento para su paz, su tranquilidad y felicidad. Si mi espíritu de luchador me impulsa a la pelea, mi patriotismo y mi amor al pueblo me inducen a todo renunciamiento personal. Ante la amenaza de bombardeo a los bienes inestimables de la Nación y sus poblaciones inocentes, creo que nadie puede dejar de deponer otros intereses o pasiones. Creo firmemente que ésta debe ser mi conducta y no trepido en seguir ese camino. La historia dirá si había razones de hacerlo ". La Junta quedó integrada por todos los generales de División en actividad en la zona de Buenos Aires, y presidida por el general José Molina, terminó actuando a las órdenes del teniente general Emilio Forcher, de mayor antigüedad que el primero y más unido a Perón por razones de amistad.

Un grave problema se planteó a la Junta. Perón, en su autorización, había manifestado que hacía un " renunciamiento " de sus facultades en favor de ella, pero no había hablado de " renuncia ". Consultados los asesores legales del Ejército sobre la interpretación que debía darse al término, finalizaron votando por unanimidad en el último sentido, y se consideró con amplia libertad de tomar decisiones.

Las tratativas comenzaron el 20 de setiembre a bordo de la nave insignia del almirante Rojas, lugar impuesto por este último, y la junta designó una delegación presidida por el teniente general Forcher y los generales Manni y Sampayo, asistidos por el auditor general del Ejército Oscar Sacheri.

Nunca quedó suficientemente claro el accionar de dicha Junta ante los revolucionarios, pero el resultado definitivo que obtuvieron fue el alejamiento de Perón de la Presidencia de la Nación con el cese de hostilidades y la asunción del mando por parte del general Eduardo Lonardi.

Perón, acompañado de su ayudante, mayor Máximo Renner, solicitó asilo al Paraguay. Durante su tramitación el embajador paraguayo Juan Ramón Chávez lo alojó en su domicilio particular. Acompañado por el canciller argentino Mario Amadeo subió a la cañonera Paraguay, ubicada en la dársena C de Puerto Nuevo. El presidente provisional Eduardo Lonardi había ordenado que la nave debía alejarse 8 kilómetros de la costa. En un bote a remo es llevado Perón de la cañonera a un hidroavión, dia 2 de octubre de 1955. El Catalina T - 29 de la Marina paraguaya tomó rumbo a Asunción del Paraguay, primera escala. Semanas después continuó viaje a Venezuela, luego Panamá, República Dominicana y por último a España, dando lugar a un exilio de 18 años.

La proposición del general Lonardi a la Junta había tenido como base el lema " Ni vencedores ni vencidos ", que presidió su asunción del mando el 23 de setiembre ante una multitud que inundó la Plaza de Mayo. Pero no pasaría mucho tiempo sin que que esas intenciones se diluyeran, junto con el mismo Lonardi, ante el avance de la fuerza de odio contenido durante 12 años por una parte de las Fuerzas Armadas.

Perón había obtenido asilo en el Paraguay. Ahora quedaba en manos de los nuevos conductores el destino de la Argentina y de su población.

El cadáver de Evita, símbolo irreemplazable del peronismo, fue secuestrado y sufrió un destino incierto, vejado y depositado con otro nombre en tierra extraña. Se ordenó la disolución del Partido Peronista y la CGT fue intervenida por la Marina. Se detuvo a cientos de dirigentes peronistas alojándolos en prisiones, y a los ex legisladores se les promovió un proceso por " traición a la Patria ", acusados de haber concedido facultades extraordinarias al ex Presidente. Cada allanamiento de un inmueble de ex funcionario agregaba un saqueo de los muebles que contenía, y la típica escasez de automóviles de la época fue rápidamente solucionada por los represores apoderándose de los que se encontraban a su paso.

El lema " Ni vencedores ni vencidos " mostraba excesiva indulgencia con el peronismo, y ello no resultaba admisible para el resto de la oficialidad revolucionaria. Había que proceder en contra de los que habían apoyado a Perón, de la CGT, del Partido Peronista, y las acciones llevadas a cabo resultaban demasiado inconsistentes. Ello forzó las acciones conducentes a derrocar a Lonardi, y la conspiración encabezada por el general Pedro Eugenio Aramburu, resentido por sus fracasos revolucionarios y muy vinculado a los hombres de la Marina, decidió el derrocamiento del Presidente sin siquiera intentar obtener su renuncia. El 13 de noviembre, ante un escueto comunicado relacionado con la salud de Lonardi, asumió la presidencia.

La Argentina seguía siendo una fiesta para los revolucionarios. En la residencia presidencial se organizó una muestra al público de los bienes de Evita; largas colas se extendían por la avenida del Libertador para observar sus zapatos, sus vestidos y sus calzones. Nunca se tuvo razón de sus alhajas. Terminada la exposición de prendas íntimas, el palacio de propiedad del Estado destinado al alojamiento de los presidentes de la República fue rápida y minuciosamente demolido, y desapareció la bien provista bodega en la que Perón mantenía los inhallables vinos que habían sido regalos de los mandatarios de España y Francia.

Sesenta y tres generales y más de mil oficiales del Ejército fueron dados de baja o pasados a retiro, reincorporando, con reconocimiento de antigüedad y otorgamiento del grado que les hubiere correspondido, de haberse encontrado en actividad, a más de doscientos que cobraron retroactivamente los sueldos caídos.

En el Boletín Oficial del 9 de marzo de 1956 se publicó el decreto - ley 4.161 del día 5 de marzo. Su artículo primero prohibía la utilización de imágenes, símbolos, signos, doctrinas, artículos y obras artísticas que pretendieran ser utilizadas con fines de afirmación ideológica peronista o pudieran ser tenidas por alguien como tales. Se consideraba especialmente violatoria de esta disposición la utilización de la fotografía, retrato o esculturas de los funcionarios peronistas o sus parientes, el nombre propio del Presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones peronismo, peronista, justicialismo, justicialista, tercera posición, la abreviatura P.P., las fechas exaltadas por el régimen depuesto y, en fin, marchas musicales y los discursos del presidente depuesto o de su cónyuge o fragmentos de los mismos. El artículo segundo declaraba a sus disposiciones de " orden público ", y el tercero penaba al que infringiera su contenido con prisión de treinta días a seis años, multas e inhabilitaciones que podían llegar a ser perpetuas cuando se tratara de empresas comerciales, aclarando que las sanciones no serían de cumplimiento condicional ni sería procedente la excarcelación. Los Pedro Pérez ( P.P. ) o los Pablo Padilla ( P.P. ) que pretendían lucir sus iniciales corrieron peligro de perder su libertad.

Al Congreso de la Nación se hizo comparecer a los más distinguidos ex funcionarios del régimen depuesto a los efectos de que un hombre bajo el seudónimo de " Capitán Gandhi " llamado Próspero Germán Fernández Albariños, los acusara innominadamente de haber matado a Juan Duarte, y les exhibiera, durante su paseo por las gradas de la Cámara de Diputados, el cráneo del muerto mostrando el ingreso de la bala que había terminado con su vida. Finalizada la función, por supuesto, nunca se supo más nada de esas actuaciones.

Las autoridades de la " Revolución Libertadora " no olvidaron prohibir a los gremios intervenir en actividades políticas, disminuyeron los ingresos de la clase trabajadora siguiendo los consejos de un equipo consultor de las Naciones Unidas encabezado por un economista argentino, devaluaron el peso, desnacionalizaron los depósitos bancarios y pusieron fin a los controles cuantitativos sobre el comercio.

Un general de división que había sido condiscípulo de Aramburu en el Colegio Militar de la Nación, Juan José Valle, asumió la conducción de una rebelión contra el régimen. Esta insurrección del 9 de junio de 1956 fue aplastada con una dureza que no conoce antecedentes en la historia argentina, solamente comparable con la matanza del 16 de junio de 1955. El general Valle, jefe de los amotinados es conducido a la Penitenciaria Nacional de la avenida Las Heras, donde se lo condena a muerte y es fusilado. Son fusiladas 31 personas, 18 militares y 13 civiles. Valle escribe varias cartas, una de ellas dirigida a Aramburu, y en una de sus frases le dice: " Entre mi suerte y la de ustedes, me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas, verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará tantas ejecuciones."

Terrible presagio. En 1970, sería secuestrado y asesinado el general Aramburu por la agrupación extremista denominada Montoneros. La venganza prosigió sin limitaciones, e integrantes de ambos bandos vieron segadas sus vidas cruelmente por medio de la violencia y el terrorismo, hasta que, a partir del 24 de marzo de 1976, las Fuerzas Armadas pusieron fin a la tragedia montando una mayor, con la desaparición y muerte de muchos miles de argentinos, hasta la aventura de las Malvinas en 1982 y la posterior restauración de la democracia en 1983.

Llegó el año 1973. Ya era tarde para la generación de Perón y de mi padre, que había visto frustradas todas sus expectativas desde 1955. Con la elección del 11 de marzo asumió el gobierno el Dr. Héctor José Campora, representante de Perón prácticamente obligado a ello ante la proscripción de éste, y cuarenta y ocho días después renuncia noblemente en su beneficio. Luego de un corto interinato del presidente de la Cámara de Diputados, Dr. Raúl Alberto Lastiri, por fin Perón asume la Presidencia de la Nación el 12 de octubre de ese año. Envejecido y desilusionado, Perón intenta una acción de gobierno que termina con su muerte el 1° de julio de 1974.

María Estela Martínez de Perón, con quien se había casado en Madrid el 15 de noviembre de 1961 y que lo había acompañado en la fórmula presidencial, asume el gobierno.

El terrorismo político que no había aflojado sus presiones, adquiriendo una fuerza incontrolable y otra vez, ante la ineficiencia y torpeza de la nueva Presidente de la Nación, el 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas asumen el control de la Nación inaugurando un nuevo período de llantos y sangre que se extendió hasta 1983.

Mi padre, obligado espectador durante todos estos sucesos, envejeció también siendo forzado testigo de estos acontecimientos que se sucedieron con frenesí suicida. El 2 de julio de 1974 concurrió al Congreso de la Nación a visitar por última vez a su amigo muerto. Permaneció inmóvil ante el féretro. Todos los presentes le abrieron paso respetuosamente dejando que sus ojos llenos de lágrimas observaran el cuerpo de aquel con quien había compartido tantos sinsabores y triunfos. Siguió sus pasos el 21 de febrero de 1976.

Lo despidieron los homenajes de ciento treinta y dos ex colaboradores, y más de trescientos hombres de la política y el gremialismo pidieron integrar la comisión que se los brindó.

Cubierto con la bandera de guerra y al son de la banda militar, el cuerpo de mi padre recibió el homenaje que le brindaron sus amigos, ex legisladores y personalidades de todos los sectores. El Ejército y el Círculo Militar destacaron en su representación a un oficial superior para pronunciar su oración fúnebre. El coronel del arma de Artillería que lo hizo finalizó con estas palabras: " Para el resto de la sociedad, a quien dedicó sus mejores esfuerzos, formulo un deseo: que comprenda ese ejemplo de militar digno, de gobernante prudente, eficiente y de manos limpias. Que sirva. Que sea imitado."

Juan Domingo Perón era esencialmente un político, y cuando un ser humano se consagra a esa actividad no obedece más a las leyes corrientes de la naturaleza, establece las propias.

La conjunción de sus análisis previos y su intuición lo llevaron siempre a elegir el camino exacto para lograr sus fines.

De sus colaboradores sólo quería eficiencia y sumisión; y aquélla ejercida desde el fondo del escenario para que no se proyectara a los primeros planos de la obra que él había concretado cuidadosamente.

Mi padre era un hombre sencillo. Alcanzó su grado de coronel con trabajo continuo e intenso, y el de general hubiera sido su meta más querida. Con él hubiera sentido completa su misión en la vida.

Nunca había ansiado el poder y se encontró inesperadamente inmerso en su seno, envuelto en ese juego de pasiones.

Se dedicó con unción a cumplir la misión que el destino le había proporcionado, sin darse cuenta que no debía haber avanzado en el escenario esos pasos que lo destacaban ante los espectadores. Y el productor y director lo obligó a retroceder, lo llamó a la realidad. El no era el primer actor ni nunca podría aspirar a serlo. Se vió sorprendido. No conocía aquellas leyes propias de la política.

Juan Domingo Perón ha dejado teñida con su imagen la Argentina del siglo XX.

A Juan Domingo Perón el país le debe mucho. Lo ayudó a renacer de un estado de fraude, postración e injusticia, y nos ofreció uno nuevo, aunque se pagó un precio muy alto por ello.

Despertó amores y odios intensos, e irónicamente en el final de su vida, sus enemigos fueron sus mejores aliados para llevarlo a enfrentar la muerte vistiendo el uniforme de teniente general del Ejército Argentino y la banda de Presidente de la Nación.


Anterior

Siguiente

Indice de anécdotas

Textos cortesía de Carlos Vitola Palermo de Rosario, Santa Fe, República Argentina.


Otras páginas web realizadas por mí:


DOLORS CABRERA GUILLENDOLORS CABRERA GUILLENDOLORS CABRERA GUILLEN
Esta página está dedicada a mi esposa Dolors Cabrera Guillén, fallecida por cáncer el día 12 de marzo de 2007 a las 18.50 y por seguir su última voluntad, ya que conociéndome, antes de morir, me hizo prometerle que no abandonaría la realización de mis páginas web.

Homenaje a Dolors Cabrera Guillén 


(C) Copyright Mariano Bayona Estradera y Dolors Cabrera Guillén 2002 - 2007
Página creada con el asistente automático para crear páginas WEB WebFacil