DOCUMENTOS SOBRE EVA DUARTE DE PERON 


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María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

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EL VELATORIO

EL VELATORIO DE EVITA

"Mire, Peròn, yo jamàs le he oìdo decir tal cosa a mi hija. Y si fuera cierto, èsa serìa la ùnica voluntad que usted no tendrìa que cumplir."  Fastidiada, Juana Ibarguren reprochaba a su yerno que hubiese aceptado la proposiciòn de Josè Espejo, quien le sugiriò a Peròn "sepultar a Evita en el edificio de la CGT, como fueron siempre sus deseos". La madre de Evita porfiaba en que el cuerpo de su hija fuera enterrado en la iglesia de San Francisco; se escudaba en la amistad que Evita habìa tenido con Fray Pedro, un franciscano que la acompañò en los ùltimos dìas y que le servìa de sostèn espiritual.

Pero de nada valieron los reproches, pues Peròn no solo aceptò el pedido de Espejo, sino que tambièn desestimò la idea de su suegra de "velarla un par de dìas, nada màs". A todo esto, el Intendente de Buenos Aires, arquitecto Jorge Sabatè, y el jefe de ceremonial de Estado, Ràul Margueirat, habìan iniciado ya el pedido formal a los franciscanos y obtenido la autorizaciòn eclesiàstica. En su afàn por congraciarse con Peròn, aceleraron los tràmites para depositar el cadàver en San Francisco, creyendo que el lìder estaba de acuerdo con su suegra. -Ya està conseguido el permiso, mi general -anunciò Margueirat, eufòrico-. ¿ Què me dice ? -Le digo que otra vez no se apure tanto y me pregunte antes de tomar una iniciativa asì. Es el velorio de mi mujer. ¿ Entendiò ?

Margueirat, derrotado, no sòlo entendiò que habìa cometido un tremendo error. Tambièn debiò ocuparse de dar marcha atràs a toda su gestiòn e iniciar otra màs urgente: habilitar el edificio del Ministerio de Trabajo y Previsiòn, en avenida Julio A. Roca y Perù, para que los restos de Evita fueran velados allì, en su lugar de trabajo.    La duraciòn del velorio, contrariamente a lo que suponìa la suegra de Peròn, serìa de dos semanas.    En la misma noche del 26 de julio de 1952, apenas la noticia trascendiò el umbral de la habitaciòn donde acababa de morir Evita e inundò los corrillos de la Residencia Presidencial, se pusieron en marcha dos operativos previstos con suficiente anterioridad. Eran los llamados telefònicos que convocaron al Dr. Pedro Ara, el embalsamador, y a Julio Alcaraz, el peluquero.

Alcaraz llegò a las 22 y 30 y entrò directamente al cuarto donde estaba Evita. La cama era demasiado grande para ese cuerpecito consumido por la enfermedad. El Dr. Ara le estrechò la mano y le agradeciò su presencia allì.  El peluquero no podìa empezar hasta que no terminara Ara. El mèdico terminò su tarea a eso de las 6 de la mañana y entonces Alcaraz empezò a trabajar. Le tiñò el pelo y se lo recortò, aprovechò para guardar un rulo de treinta centìmetros, que conservò, como una de las joyas màs preciadas, en su caja fuerte. Jamàs olvidò que ella le habìa pedido que no faltara a esa ùltima cita, la tarde en que le dijo: "Julio, un dìa me vas a prometer delante del general que ni siquiera despuès de muerta me vas a abandonar...".  Hacìa 13 años que la peinaba, desde que Evita empezò a filmar en Pampa Films.

Por su parte, Pedro Ara conociò a Evita tres meses antes de que muriera. Parece un lapso muy breve, y sin embargo era demasiado tiempo si se observa que su contacto con ella era ùnicamente con el propòsito de embalsamarla. Dos años despuès de su brillante trabajo, Ara invitò a Peròn a ver el cadàver embalsamado en su versiòn definitiva. El Presidente confesò ese dìa a sus allegados: "Hoy no almuerzo. Tengo que cumplir una misiòn muy ingrata". Cuando observò "la obra maestra" quedò estupefacto: el cuerpo de Evita colgaba cabeza abajo, con los brazos en cruz. Ara habìa conseguido deshidratarlo, sumergièndolo en baños de inmersiòn dentro de dos grandes tinajas instaladas en el segundo piso de Azopardo e Independencia, el edificio de la CGT, donde descansaban los restos de Eva Peròn. Finalmente el cuerpo quedarìa con la verdadera imagen cuidadosamente restituida y el trabajo serìa un èxito. Ara cobrò integramente sus honorarios: la ùltima cuota se la pagò la senadora Juanita Larrauri, precisamente el 16 de setiembre de 1955, al estallar el golpe militar que derrocò a Peròn.

Como la preparaciòn del velorio requerìa un trabajo menos cuidadoso y màs acelerado, Ara tratò de restituir muy precariamente a Evita algo de sus rasgos naturales. La tarea de Alcaraz sirviò para que su famoso peinado ayudara a completar algo de su fisonomìa. Una vez concluìda esa labor, el cuerpo fue depositado en el fastuoso ataùd y trasladado en una ambulancia de la Fundaciòn Eva Peròn, desde la residencia presidencial hasta el Ministerio.  Al llegar la ambulancia a destino ( habìa eludido a la inmensa multitud apostada frente a la residencia de Avenida del Libertador, saliendo por una puerta de la calle Austria ), una marea humana la retuvo. Sòlo pudo acercarse al edificio del Ministerio de Trabajo cuando la policìa, con la ayuda de 350 enfermeras de la escuela Eva Peròn, formò una barrera infranqueable que resistìa a la gente. Eran las 11 de la mañana del domingo 27 de julio y el frente del edificio estaba pràcticamente forrado de flores. Millares de coronas y palmas llegaban desde las primeras horas, en que se supo por los matutinos que Evita serìa velada allì.  La capilla ardiente se instalò en el primer piso, ocupando un gran vestìbulo de honor, al que se accede por una ancha escalinata de doble acceso. Una guardia de honor, formada por cadetes de los Liceos Militar y Naval, esperaba en el lugar. Junto al crucifijo se colocò un gran escudo del Partido Peronista. A las 11 y 30 se pudo subir el fèretro y colocarlo en el sitio elegido, con una leve inclinaciòn hacia adelante "para que todos puedan verla". La caja estaba tapada por un cristal, lo que permitìa observar integramente el rostro de Evita.  A pesar de que las luces del recinto estaban cubiertas con crespones, se podìan apreciar algunos detalles significativos, como las incrustaciones de plata vieja en el sector de cedro del ataùd y el escudo, trabajado en oro y esmalte que brillaba en la cabecera. Evita tenìa un rosario de nàcar enroscado en las manos y su cuerpo cruzado por una bandera argentina.

Las ceremonias de homenaje, que iban a durar 15 dìas, comenzaron con un responso rezado por el cardenal Santiago Luis Copello y una misa oficiada por el padre Hernàn Benìtez. Con la cabeza gacha, Peròn escuchò en silencio. Poco despuès comenzaron a desfilar las autoridades oficiales y a estrechar la mano del Presidente, quien se mostraba exhausto por el trajìn iniciado el dìa anterior. Todavìa le quedaban màs horas de insomnio por delante, pues ese dìa tambièn muriò el general Juan Esteban Vaca y en la mañana del lunes debiò concurrir a ese velorio.

Mientras las flores se iban acolchando en la vereda, una interminable fila de hombres y mujeres comenzò a serpentear por la Avenida de Mayo y a enroscarse en las manzanas adyacentes. La copiosa lluvia que comenzò a caer desde la mañana del domingo 27 ("Hasta el cielo llora la muerte de la Màrtir del Trabajo", titulaban los diarios) no amedrentò a quienes estaban dispuestos a soportar no menos de 10 horas de cola para ver a Evita. Cubiertos con paraguas, capotes y diarios, esperaban en la calle, pegàndose a las paredes cuando se descargaban los chaparrones màs intensos. Una tanda de vendedores ambulantes se renovaba constantemente, dìa y noche, para abastecerlos de cafè, sandwiches, chocolates y cigarrillos. A su vez, la Fundaciòn habìa ubicado estratègicamente a sus ambulancias y enfermeras, para atender a las personas que no resistìan tantas horas de pie bajo la lluvia. Tambièn suministraba bebidas calientes y comida en forma gratuita para ayudar a soportar el plantòn.

Decenas de dolientes se desmayaban, cada dìa, vencidos por el cansancio y el sueño. Tampoco faltaron las personas que debìan ser retiradas de la capilla ardiente, pues al presenciar el cadàver de Evita estallaban en un èxtasis incontrolable.   La ayuda màs importante la prestò el Ejèrcito. Centenares de conscriptos fueron movilizados para ayudar a que la interminable fila de hombres y mujeres conservara el orden, y numerosas cocinas de campaña fueron trasladadas hasta allì, para dar comida caliente a todos los que la necesitaran. Se sirvieron platos de sopa, vasos de leche y cafè en cantidades abundantes. Simultàneamente, las bandas militares de cada regimiento ensayaban las clàsicas marchas fùnebres, para elegir a la mejor de ellas y comprometerla para el dìa del sepelio.   Los primeros tres dìas la ciudad estuvo paralizada, con sus faroles enlutados y sus comercios con las puertas cerradas.

El Partido Peronista dispuso "el luto nacional", una medida que fue ganando terreno en las esferas oficiales y que terminó por transformarse en una imposiciòn a los empleados pùblicos, sin que nadie la hubiese oficializado en ningùn momento.  Se proyectaron pelìculas junto al Obelisco. Se repetìa siempre el mismo cortometraje (se elaborò dìas antes del 26 de julio, con trozos de noticieros), titulado "Eva Peròn, eterna en el alma de su pueblo". Esas funciones solìan derivar en improvisadas procesiones de antorchas, que desfilaban por las calles cèntricas silenciosamente.

A la vez, la Subsecretarìa de Informaciones contratò los buenos servicios de un tècnico de la 20th Century Fox (a quien Apold habìa conocido durante sus funciones en Argentina Sono Films, en 1944) para que filmara todo el proceso y preparara un cortometraje en colores. Era Edward Cronjagar, nombrado jefe del equipo de camarògrafos, quien se lanzò a la calle a captar escenas de dolor. Las más emotivas fueron registradas cerca del edificio del Ministerio de Trabajo y Previsiòn, donde diariamente se hincaban a rezar decenas de mujeres. El resultado fue excelente, porque Cronjagar era un experto cameraman, habìa filmado las exequias del mariscal Foch.

El velorio iba a concluir el dìa 10 de agosto, cuando fueron ultimados los preparativos para poder trasladar los restos desde el Ministerio de Trabajo y Previsiòn hasta el Congreso Nacional, y de allì hasta la Confederaciòn General del Trabajo (CGT). Debìa ser un espectàculo imponente, donde cada detalle era estudiado al centìmetro. Ese dìa no solo apuntaron al cortejo las càmaras de los noticieros locales, tambièn lo hacìan los corresponsales extranjeros, dispuestos a transmitir lo que se consideraba como una de las expresiones populares màs sensacionales de la època.


Texto cortesía de Carlos Vitola Palermo de Rosario, Santa Fe, República Argentina, transcrito por èl de la revista Primera Plana editada por Jacobo Timerman en su nùmero 282 del 21 de mayo de 1968.

Primera Plana Nº 283

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