DOCUMENTOS SOBRE EVA DUARTE DE PERON 


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María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

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EL SEPELIO

EL SEPELIO DE EVITA

Mientras los altos funcionarios del gobierno ultimaban los preparativos del sepelio de Eva Peròn, en las calles cèntricas se renovaban las expresiones de dolor y se multiplicaban las colas para ver el cadàver. Se recibìan telegramas de pèsame enviados por algunos argentinos en viaje por el exterior. Los primeros en llegar fueron los de Mirtha Legrand y Daniel Tinayre, desde Madrid; Alberto Castillo, desde Nueva York; y Lucas Demare, desde Parìs.     Simultàneamente, Peròn daba cumplimiento parcial a un deseo de Evita: instalar en el lugar destinado a su monumento un buzòn para recibir los pedidos de la gente humilde. Como ese lugar aùn no habìa sido habilitado, el Presidente dispuso que los sobres se dirigieran a " Señora Eva Peròn, Residencia presidencial, Agüero 2502, Capital ". La Subsecretarìa de Informaciones, por su parte, dispuso que los boletines radiales de la 20 y 30 se adelantaran 5 minutos "para que se inicien en los sucesivo con esta frase: Son exactamente las 20 y 25, hora en que Eva Peròn entrò en la inmortalidad”.

En uno de esos informativos se anunciò que los teatros, cines y demàs salas de espectàculos pùblicos continuarìan cerrados hasta el dìa 11 de agosto. Es decir, por espacio de 15 dìas contando desde el 26 de julio. Esa semana tampoco aparecerìa la revista Rico Tipo "por asociarse respetuosamente al duelo", segùn el anuncio de su director, Josè Divito.

El desfile por la capilla ardiente instalada en el Ministerio de Trabajo y Previsiòn era incesante. Ya no se trataba de una fila sino de varias; la mayorìa con un ancho de seis a siete personas, que avanzaba lentamente en sus largas horas de espera. El frìo de agosto y la llovizna persistente no impidieron que las colas se bifurcaran en distintas direcciones. Una se aglomeraba junto al Cabildo y seguìa por la calle Hipòlito Yrigoyen hasta Paseo Colòn; otra se estiraba por Avenida de Mayo hasta Carlos Pellegrini, muy cerca del Obelisco; la tercera se movìa por la diagonal Sur, hasta la avenida Belgrano. En todas ellas se advertìa una proporciòn màs significativa de mujeres que de hombres. Y en algunas se otorgaba prioridad a los escolares, quienes llegaron con sus guardapolvos blancos y sus moños negros, acompañados de sus maestras.

Al cumplirse diez dìas de desfile ininterrumpido, la Fundaciòn Eva Peròn habìa agotado ya su stock de "unidades". Cada una de ellas contenìa alimentos especiales, frutas, bebidas reconfortantes, dulces y galletitas. Por eso se hizo necesario reforzar la ayuda del Ejèrcito y enviar màs cocinas de campaña para instalarlas en los alrededores del Ministerio de Trabajo.

El Ministro de Salud Pùblica, Ramòn S. Carrillo, dispuso tambièn que los puestos rodantes de la Cruz Roja (provistos de aparatos de oxigenoterapia) fueran reforzados con un millar de camillas instaladas en sitios estratègicos, para transportar a los desmayados hasta las unidades mòviles. Toda esa precauciòn se incrementò en vìsperas del sepelio: Carrillo ordenò la ubicaciòn de once puestos sanitarios en las cercanìas del Congreso Nacional (donde los restos serìan velados el ùltimo dìa) y dispuso la reserva de millares de camas en los Institutos de la Nutriciòn, de Gastroenterologìa y de Cirugìa del Tòrax. Un centenar de òmnibus y colectivos fue movilizado por el Ministerio de Transportes "con el propòsito de trasladar a sus domicilios a las personas afectadas por simples desmayos".

En los barrios, los curas pàrrocos ofrecìan misas "por el descanso del alma de Eva Peròn, que se iniciaron en las iglesias y luego se repitieron en las plazas pùblicas. Para ese entonces, el luto identificaba a todos los empleados de las reparticiones estatales.

En esos dìas, hasta el periòdico Nuevas Bases, òrgano oficial del opositor Partido Socialista elogiaba la personalidad de Evita. Nicolàs Repetto, director del periòdico, decìa en uno de sus pàrrafos: "La vida de la mujer hoy desaparecida constituye, a nuestro juicio, un ejemplo poco comùn en la historia. No son raros los casos de hombres de gobierno o polìticos de nota que han contado para su acciòn pùblica con la colaboraciòn, abierta o disimulada, de sus esposas, pero en nuestro caso toda la obra del primer mandatario està tan impregnada del pensamiento y de la acciòn personalìsima de su esposa, que resulta imposible separar netamente lo que corresponde al uno y lo que pertenece a la otra. Y lo que dà caràcter notable y propio al empeño de colaboraciòn de la esposa, fue el abandono que hizo de sì misma, de su bienestar y de su salud; su decidida vocaciòn por el esfuerzo y el peligro, y su fervor casi fanàtico por la causa peronista, que infundiò, a veces, a sus predicas, dramàticos acentos de lucha cruenta y de despiadado exterminio. Ella se hizo cargo y llevò adelante la parte no tan vulnerable de la obra del gobierno peronista, prestando trato simpàtico a los obreros, a los gremios, a los niños, a las familias necesitadas o en desgracia, a los que designaba cariñosamente con el nombre genèrico de descamisados. Cuando se considera el aspecto social de la polìtica del general Peròn, se advierte que la intervenciòn de su esposa se impone como una fuerza de creaciòn y de impulso, que encuentra pronto sus principales òrganos de acciòn en el Ministerio de Trabajo, en la obra de Ayuda Social y en la Confederaciòn General del Trabajo".

En la noche del 8 de agosto, los estoicos peronistas que esperaban en las colas fueron sorprendidos por una noticia que los desbandò imprevistamente: " El velorio se suspende hasta mañana, y se reanudarà en el Congreso Nacional. Vamos a cerrar las puertas del Ministerio, de manera que las filas deben rehacerse frente al Congreso ". La voz del funcionario que hizo el anuncio apenas alcanzò a ser escuchada por quienes estaban en las cabeceras de las filas, pero bastò que èstos salieran rapidamente en direcciòn al Congreso para que se produjera el desbande. Las columnas humanas retrocedieron 10 cuadras, a todo pulmòn. 

En la mañana del 9 de agosto, miles de personas se apoderaron de la Avenida de Mayo, para ver pasar los restos de Evita en direcciòn al Congreso. Peròn llegò al Ministerio a las 9, y se quedò en la capilla ardiente, donde el padre Ramòn Oviedo, asistido por los sacerdotes Rogelio Maza y Juan Pugliese, franciscanos, oficiaron un responso "por el descanso eterno del alma de Eva Peròn". Cadetes de las tres armas montaban guardia de honor en momentos en que Peròn, Juan Duarte, Orlando Bertolini, Atilio Renzi y Raùl Apold levantaban el ataùd con el cuerpo de Evita y bajaban por una de las escaleras hasta la puerta principal sobre avenida Julio A. Roca. Afuera esperaba la cureña, extraìda de un cañòn Schneider de 2 metros de altura, donde se colocò el ataùd.

Nueve patrulleros policiales abrieron paso al cortejo, en el que desfilaban jefes del Estado Mayor de las fuerzas armadas designados especialmente para rendir homenaje a Evita. La tropa, apostada a ambos lados de la avenida, presentaba armas al paso de la cureña. Esta era conducida por 35 hombres y 10 mujeres, uniformados con camisas blancas y pantalones y polleras negras, zapatos negros, el escudo peronista con una cinta negra colgando del pecho. Los ensayos comenzaron con una semana de anticipaciòn, en el Arsenal de Guerra, situado en la calle Pozos, para aprender a tirar de la cureña. Todos eran secretarios de sindicatos y fueron designados especialmente por la CGT para ocupar el lugar destinado a los caballos.  Flanqueaban la cureña alumnos de la Ciudad Estudiantil, enfermeras de la Fundaciòn y cadetes de la Escuela Naval, del Colegio Militar y de la Escuela de Aviaciòn, con sus vistosos uniformes.

Finalmente, la caja fue descargada frente al Congreso y conducida por los "camisas blancas" ( asì se los denominò ) hasta el salòn dispuesto para la ùltima noche de velorio: el de la Constituciòn Justicialista. Poco despuès, cerca del mediodìa, Eva Peròn volviò a ser exhibida al pùblico, el que se extendìa ahora en dos grandes colas, una por la avenida Callao hasta Corrientes, y otra por Entre Rìos hasta Belgrano. Esa noche se improvisò una guardia de antorchas en las escalinatas del Congreso, organizada por los secretarios de las unidades bàsicas del Partido Peronista. El lunes 11, dìa señalado para trasladar los restos a su lugar definitivo, la CGT, monseñor Santiago Luis Copello rezó el ùltimo responso. El ataùd fue cerrado en horas del mediodìa y envuelto en una bandera argentina, para que volvieran a cargarlo los "camisas blancas".

El dìa del sepelio, a las 15 horas, los "camisas blancas" colocaron el cajòn sobre la cureña, mientras una banda militar ejecutaba la Marcha Fùnebre de Chopin. Dos carrozas alegòricas, una de la CGT y otra del sindicato de los petroleros, encabezaban el cortejo. Detràs del ataùd, a unos veinte metros de distancia, iba Peròn con los familiares de Evita, y el Gabinete en pleno. A ambos costados, en una triple fila, marchaban los cadetes militares, las enfermeras de la Fundaciòn y los delegados obreros. Altos oficiales de las tres armas acompañaban a la cureña detras de los "camisas blancas".

Un total de 17.000 soldados participò de la formaciòn, dirigidos por el general de divisiòn Josè Domingo Molina, el capitàn de intendencia Enrique A.E. Mancione y el coronel Nicanor Arce.

La marcha del cortejo por Avenida de Mayo fue lenta y silenciosa. Casi tres horas , desde las 15 hasta las 17.55, tardaron en llegar los restos a la CGT. Llovìan las flores continuamente y la gente no podìa contener su llanto y las expresiones de dolor, una mujer quiso arrojarse desde un quinto piso sobre la cureña pero fue atajada a tiempo. Al llegar a la Casa de Gobierno, en la bajada de Hipòlito Yrigoyen, la cureña tomò velocidad sola pero advertido el problema se clavaron rapidamente los frenos. Un trayecto sumamente agotador, los "camisas blancas" arrancaban, paraban y volvìan a arrancar cada 27 pasos, 218 pasos por cuadra.

Una vez en la CGT, el cajòn fue depositado en un catafalco especialmente preparado hasta tanto se construyera el monumento para guardar sus restos en una tumba especial. Al dìa siguiente el doctor Pedro Ara volverìa a completar su tarea para embalsamar el cuerpo de Evita.

Texto cortesía de Carlos Vitola Palermo de Rosario, Santa Fe, República Argentina, transcrito por èl de la revista Primera Plana editada por Jacobo Timerman en su nùmero Primera Plana Nº 283 del 28 de mayo de 1968.

Primera Plana Nº 284

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